Se cuenta que Salman, el persa, en busca de sabiduría y de la guía correcta, viajó por varios lugares del mundo. Tuvo contacto con gentes piadosas, entre ellos muchos cristianos. Uno de estos hombres le había dicho que estaba a la espera de un nuevo Profeta, que aparecería en Arabia y emigraría de su ciudad a otra de abundantes palmeras, flaqueada por dos grandes extensiones de lava negra ya solidificada. Y le indicó que a ese Profeta se le podría distinguir por tres signos. El primero, él no comerá de lo que se de por limosna. El segundo, comerá de lo que se entregue por regalo y el tercero, entre sus dos omoplatos llevará el sello de la profecía.
Salman viaja a la península arábiga. Los caravaneros lo hacen prisionero y lo venden como esclavo a un judío de Iazrib - futura Medina- y fue llevado a esta ciudad. Cuando Salma llegó a la ciudad, se sorprendió al ver que era como la que le había descrito el cristiano que le habló del Profeta que estaba por venir. Llena de palmeras y entre dos grandes extensiones de lava solidificada.
En Iazrib oyó hablar de un hombre en Meca que se había declarado Profeta. Cuando supo de la llegada de Muhammad a la ciudad, se dirigió hasta él, llevaba consigo un puñado de dátiles. Se los entregó al Profeta y le dijo:
“Toma estos dátiles para ti y tus compañeros como limosna, pues veo que sois forasteros en este lugar.”
Muhammad repartió los dátiles entre los que le acompañaban y no comió de ellos. Salman observó atentamente lo que hacía el Profeta.
Al día siguiente Salman volvió ante el Profeta con más dátiles y se los entregó. Esta vez le dijo:
“Aceptad estos dátiles como regalo para vosotros”
El Profeta tomó los dátiles y los repartió entre sus compañeros y se quedó con unos cuantos, de los cuales comió. Salman estuvo atento a todos sus movimientos.
Días después, por los lados del cementerio de Baqi-al-garqa, a donde habían ido acompañando a un musulmán que había muerto, Salman se acercó a Muhammad para observarlo y ver si tenía la tercera señal. Rondaba al Profeta con tanta insistencia, que este se dio cuenta de sus intenciones y le dijo:
¿Acaso buscas el sello de la profecía?
Salman apenado, respondió que sí.
El Profeta, sobre él la paz, se desnudo el torso y Salman pudo ver el sello de la profecía entre sus
dos omóplatos y comenzó a besarlo, a abrazarlo llorando. Entonces le contó su historia. El Profeta se volvió a sus compañeros y les dijo:
¡Oíd lo que relata Salman!
Todos los compañeros escucharon su historia y lo felicitaron por haber encontrado lo que buscaba. Desde ese momento Salman fue uno de los compañeros más cercanos al Profeta.
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